Este fin de semana tuvimos el placer, y la enorme alegría, de re-encontrarnos con queridos amigos, esos que, aunque pase un año sin apenas contacto, en cuanto se presenta la oportunidad, corres a verlos, a abrazarlos, a disfrutar de compartir juntos ese rato que desearías durara para siempre.
Tengo que reconocerles el gran mérito que es, no sólo organizar un asado (maravilloso, por cierto), sino el llegar desde lejos, y, apenas en proceso de «aterrizando», quedar con los «viejos» amigos, dedicarles un tiempo que vale oro, y agasajarlos como si fuera su casa, haciéndoles (¡haciéndonos!) sentir como si el tiempo se hubiera detenido, en ese instante, como el del año pasado, cuando otra vez, pudimos compartir una tarde/noche de esas que no quieres que acaben nunca.
Si hay cosas que agradecer en la vida, una de ellas es ésta: conocer a personas maravillosas y, encima, tener la posibilidad de que, aunque la vida nos lleve por caminos diferentes, a tierras distintas, podamos seguir en contacto y disfrutarnos como lo hacemos siempre que tenemos la posibilidad de volver a estar juntos.